PARA LO QUE NO TENGO TIEMPO NI ENERGÍA

Hoy en día escuchamos mucho sobre la procrastinación, el arte de postergar nuestras acciones. Escuchamos ambas posiciones frente a sus consecuencias. La buena y la mala. La buena, la define como algo que te invita a dudar, a explicar otras opciones, a cuestionar si es lo que quieres o no, etc. La mala, definida como algo que no te permite avanzar en nada, la que te califica como perezoso, desubicado y desconsiderado contigo mismo y con tus sueños.

Pero no vamos a hablar precisamente de estos calificativos.

Hoy tuve una vivencia que no esperaba. Recibí una llamada de una persona cercana que me hacía “caer en cuenta” de una situación vivida en una reunión que habíamos tenido hacía unas noches. Situación de la que yo había sido consciente y había atendido en su momento, pero que esta persona, muy cercana a mí, como ya lo mencioné, en una aparente muestra de amor y solidaridad se veía en la penosa tarea de verificar que yo efectivamente había hecho consciencia y había actuado en consecuencia.

Con paciencia y tolerancia escuché lo que tenía por decir, su percepción, juicios y demás, respetando su sentir y entendiendo que esa era su relación con la situación y la vivía desde sus creencias y valores.

A medida que avanzaba la comunicación, comencé a notar que mi cuerpo ya no se sentía tan bien como se había estado sintiendo hasta segundos antes de recibir la llamada, así que a la afirmación de su parte “ te lo digo porque a mi lo que me importa es que estés bien” le respondí que si ese era el objetivo no se estaba logrando.

Sin ahondar mucho en el detalle de la conversación, que al fin de cuentas dio vueltas una y otra vez permitiéndome un recorrido por la frustración, la tristeza y la duda, concluí que ninguna de esas emociones eran mías así que no me tenían que afectar ni ocupar tiempo ni mi energía. Suena fácil. Pero contaré bien la parte final.

Terminando la conversación y habiendo expresado nuestras emociones, mi frase de despedida fue, “estamos trabajando para mejorar”.

Colgamos tranquilamente, pero por supuesto yo seguía sintiendo algo de frustración, tristeza y desánimo, aún sabiendo que no era yo la que estaba afectada por la situación motivo de la llamada.
Me dí tiempo para sentir y entender, pero mientras tanto, una voz me llamaba a gritos. Era MI PRIORIDAD. Me decía, ven, continuemos, vamos bien, no te dejes distraer. Resalto estas dos palabras porque me ha costado mucho tiempo y energía llegar a este nivel de conciencia en mi vida.

Después de superar realidades muy dolorosas y retadoras, he podido apagar el ruido, identificar las voces que no son mías y enfocar mis esfuerzos en la dirección que quiero, minimizando las distracciones y aumentando el foco.

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Una de las tendencias del cerebro es que todo lo quiere volver un hábito y cuando uno está observándose para poder trabajar en lo que cree que lo está atorando puede notar la tendencia a quedarse de manera casi obsesiva pensando en la misma cuestión por tiempo prolongado sin resolver ni salir de ese espiral.

Como ya había hecho consciencia de eso y de que nada de lo que estaba pasando ni las emociones ruidosas eran mías, decidí darle a la situación el lugar que debía tener en ese momento y continuar enfocada en mis tareas ya programadas, trabajándolas sin distracciones, haciendo caso a ese llamado interno. Y vuelvo a decir. ¡Suena fácil!

Pero la parte que no la hace tan fácil es que el ego empieza a pedir protagonismo y se quiere sumar al ruido, así que vienen sentimientos encontrados, quieres argumentar por qué no tenías las mismas emociones y en el fondo quisieras que la conversación terminara cuando tu sentir fuera el común.

Pero ¿qué tiene que ver esto con la procrastinación?

Según la RAE, es un término que tiene su origen en la palabra latina «procrastinare» y significa «diferir, aplazar».

Siempre tendremos múltiples excusas para no tomar acción en cualquier aspecto de nuestras vidas. Así que, ¿qué mejor que una interrupción de este tipo para comenzar ese diálogo interno que va de un lado a otro que no conduce a ninguna parte y que nunca concluye?. ¿Qué mejor que seguir la discusión aún sin interlocutor y volver al hábito de pensar obsesivamente en lo mismo, teniendo miles de conversaciones imaginarias?

Justo en ese momento, en el que cuentas con herramientas que has trabajado sobre estar aquí y ahora, sobre la optimización del tiempo, sobre el amor propio, sumado al hecho de que tienes claro lo qué te da sentido y cuál es tu propósito de vida, es cuando puedes utilizarlas, juntarlas y optimizarlas para que de forma muy poderosa atiendan tu necesidad de resistir y no sucumbir al viejo hábito.
Es el momento para que tus herramientas te protejan de la distracción, de la procrastinación y lo más importante, que ayuden a proteger tus prioridades y las ganas de avanzar tranquilamente en el camino que quieres recorrer.

En teoría es fácil, pero solo hacerte consciente y la práctica para poder mejorar la técnica harán que con voluntad logres desafiar estos llamados a postergar tus planes y a distraer tu mente para poder tomar aire y seguir enfocado en tus prioridades.

Identificar el ruido, esa voz que no es mía, escuchar la voz que sí es mía y atender mis prioridades si es posible. Entender que nuestros recursos de tiempo y energía son limitados nos facilitan decidir qué es aquello para lo que no tengo tiempo ni energía

Tatiana Sedano

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